Esta es, sin duda, una de las preguntas más frecuentes que realizan los propietarios en la clínica veterinaria. A continuación te explicaremos cómo puedes hacer este cálculo adecuadamente.
Densidad energética del alimento
El etiquetado de algunas dietas industriales informa sobre el contenido energético del alimento, pero no siempre dispondremos de ese dato. Para calcularlo, necesitaremos conocer el porcentaje de proteínas, grasas e hidratos de carbono del alimento, porcentajes que sí suelen venir indicados en el envase (en ocasiones, el porcentaje de hidratos de carbono no viene indicado, pero se obtiene restando del 100 % la suma del resto de porcentajes). Son esos tres nutrientes los que pueden ser utilizados por el organismo para obtener energía, mientras que el contenido en agua, cenizas (minerales), vitaminas y fibra no aporta kilocalorías.
La medición exacta de la energía aportada por el alimento requiere tiempo y puede ser costosa. Por eso, la Asociación Americana de Oficiales de Control de Alimentos (AAFCO, por sus siglas en inglés) publicó protocolos para determinar la energía metabolizable aportada por los alimentos de perros y gatos. Esos protocolos estiman que un gramo de proteína o de hidratos de carbono en la dieta aportan 3,5 kcal, mientras que un gramo de grasa aporta aproximadamente 8,5 kcal.
Esos protocolos asumen una digestibilidad (porcentaje del alimento que realmente es absorbido a nivel intestinal) media del 80 % para proteínas, del 90 % para grasas, y del 84 % para hidratos de carbono. Por ello, pueden subestimar ligeramente el aporte energético de piensos de muy alta digestibilidad. Por el mismo motivo, pueden sobrestimar el aporte energético de piensos poco digestibles, y/o con alto contenido en fibra (dado que la fibra no es absorbida, y se elimina con las heces).
Por ejemplo, una lata contiene un 4,6 % de proteína, un 4,0 % de grasa, y un 14,0 % de hidratos de carbono (sin incluir la fibra):
- 100 gramos de ese alimento contienen 4,6 g de proteína, que aportan 3,5 × 4,6 = 16,1 kcal.
- 100 gramos de ese alimento contienen 4 g de grasa, que aportan 8,5 × 4 = 34 kcal.
- 100 gramos de ese alimento contienen 14 g de hidratos de carbono, que aportan 3,5 × 14 = 49 kcal.
Por lo tanto, esos 100 gramos aportan 16,1 + 34 + 49 kcal = 99,1 kcal.
Discusión
Un reproche frecuente de nuestros clientes en la consulta es “mi perro come la cantidad que me recomendó el veterinario, pero a pesar de eso su peso no evoluciona como esperábamos”. A menudo, un interrogatorio minucioso revela que en realidad el animal no está siguiendo al pie de la letra las recomendaciones: en particular, muchos perros reciben de sus dueños “extras” que no estaban previstos al hacer el cálculo de su ración.
Pero incluso con clientes que siguen de forma estricta las recomendaciones, hemos visto que existen varios factores que modifican los requerimientos energéticos, y que son difíciles/ imposibles de cuantificar con precisión: nivel de actividad, influencia de la temperatura, del aislamiento térmico del propio animal, o de la edad. El aporte energético del alimento también es estimado a partir de una estimación de la digestibilidad de los nutrientes, que es solo aproximada. Además, partimos de una estimación inicial del RER en la que intervienen unas fórmulas matemáticas que son útiles, pero para las que existe cierto grado de variabilidad individual. A esa variabilidad se añaden las pequeñas diferencias entre los resultados obtenidos mediante fórmulas lineales y exponenciales.
En este sentido, un estudio comparó el aporte energético que realmente necesitaron 120 perros (mantenidos en jaulas y en condiciones ambientales similares), para mantener su peso. Con respecto al valor promedio obtenido, las necesidades individuales variaron entre el 43 y el 152 %. Incluso excluyendo los valores extremos (el 2,5 % superior e inferior), la cantidad de energía necesaria osciló entre el 65 y el 135 % del valor promedio, reflejando una gran variabilidad individual.
La conclusión es obvia: los valores que somos capaces de calcular son solo aproximaciones. En condiciones reales, no experimentales, no es posible estimar con precisión absoluta el requerimiento energético (ni, por lo tanto, la cantidad necesaria de comida) de un perro. La metodología que hemos mostrado nos va a permitir, eso sí, tener un valor aproximado de sus necesidades. Desde ese punto de partida, deberemos pesar regularmente al animal y realizar los ajustes dietéticos necesarios. Si, por ejemplo, observamos que el perro tiende a engordar un mes después de haber empezado a alimentarlo con la cantidad calculada, se impondrá reducir esa cantidad (entre un 5 y un 10 % es lo habitual), y volver a pesar al animal unas semanas después, para comprobar si el reajuste ha sido eficaz.
Frecuencia de administración
La frecuencia con que se ofrece el alimento depende del estado del animal y, en algunos casos, de la disponibilidad del propietario. Optar entre el libre acceso al alimento, las raciones restringidas, o el tiempo de acceso restringido, va a depender en gran medida de las circunstancias de cada perro. En muchos casos, esta elección no tendrá grandes repercusiones, mientras que en otros puede ser muy importante.
La alimentación de libre acceso se utiliza frecuentemente y es adecuada para perros sanos, salvo en casos de tendencia a la obesidad, y en algunas situaciones y enfermedades con recomendaciones nutricionales específicas (cachorros de razas grandes o diabetes mellitus, por ejemplo).
Restringir las raciones es interesante cuando queremos limitar la ingestión calórica del animal (obesidad, diabetes.), o cuando queremos evitar los “grandes atracones”. Conviene conocer las necesidades energéticas para calcular la cantidad de comida que se debe administrar. En un perro adulto, dos-tres administraciones cotidianas pueden resultar suficientes.
Conviene recordar que, si se trata de cachorros de menos de 4-6 semanas de edad, su capacidad digestiva es limitada, y durante las primeras semanas de vida necesitarán raciones pequeñas, administradas más frecuentemente. Del mismo modo, en perros de tamaño grande o gigante, el interés por prevenir la torsión de estómago lleva a recomendar fraccionar la ración diaria en varias tomas, para evitar ingestiones copiosas. Por último, en perros jóvenes de razas grandes se ha establecido una relación entre la alimentación de libre acceso, un crecimiento acelerado y una mayor probabilidad de aparición de problemas articulares (displasia de codo y de cadera, osteocondritis del hombro, etc). Por lo tanto, en estos animales se recomienda racionar el alimento, y administrarlo en, como mínimo, 2-3 tomas diarias.
Mención aparte merecen ciertas enfermedades en las que la alimentación específica forma parte del tratamiento, y que requerirán ritmos de racionamiento adaptados. Sin ánimo de hacer un repaso exhaustivo de enfermedades, en este capítulo entrarían por ejemplo la diabetes mellitus, en la que se suele recomendar coordinar las ingestiones con las inyecciones de insulina, o algunas enfermedades gastrointestinales, en las que en fases agudas se suele recomendar ayuno de unas horas, seguido de administración de raciones pequeñas de alimento (para facilitar su digestión).